La muerte de la víbora

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VII

La muerte de la víbora

1

David daba vueltas por su habitación como un león enjaulado. Hacía tiempo que esperaba todo aquello, pero una parte de él no había querido aceptar que ese momento tendría que llegar tarde o temprano. Su novia no parecía ni avergonzada ni triste; todo lo contrario. No bajaba la mirada, y en esta resplandecía el brillo de la decisión. Estaba completamente convencida de lo que estaba haciendo. No dudaba, y eso era algo que le dolía profundamente.

No lo acepto —masculló—. No puedo aceptarlo.

Lo siento, David, pero vas a tener que hacerlo te guste o no.

Su voz era firme, implacable.

¿Cómo quieres que lo haga, Natalia? ¡Me estás dejando por un sueño! ¡Un maldito sueño!

Natalia se cruzó de brazos y cerró los ojos, tranquila, serena.

Sé que no era un sueño —murmuró—. Pero entiendo que pienses que es una locura.

¡Es que es una locura! ¡Joder, ¿qué coño piensas hacer, esperar a un espejismo toda la vida?!

Natalia se levantó de la cama y cogió su bolso. No iba a caer en provocaciones. La decisión estaba tomada.

No, iré yo a buscarlo —anunció, caminando hacia la puerta.

¡Estás loca! ¡Como una jodida cabra! —gritó, dándole una patada a la cama. Era la primera vez que Natalia lo veía fuera de sí—. ¡Mierda!

La joven se volvió hacia él y esperó a que se tranquilizara un poco.

David, no es por ese sueño. No es por ese personaje que, según tú, está en mi cabeza…

Y según cualquier psicólogo —aclaró, interrumpiéndola.

Natalia frunció el ceño.

Te dejo porque no te quiero. Porque por más que lo intente, no puedo quererte. No sé si es una ilusión o no, solo sé que mientras él viva en mi cabeza, no puedo estar con nadie más. Y tal vez termine en un manicomio, pero no puedo seguir con esta mentira.

Y dicho esto, se volvió y caminó hasta la puerta, abrió y salió de la casa de David para no volver nunca más. El chico la vio partir desde su ventana, y sin importarle quién pudiera oírle o verle, empezó a vociferar todo lo que su desgarrado corazón le ordenaba.

¿Una mentira? ¡Lo tuyo sí que es una mentira, Natalia! ¡Vives en un mundo de fantasía! ¡Tu vida es una puta mentira, y no serás feliz mientras vivas! ¡Vas a sufrir, te lo aseguro!

La gente se asomaba a las ventanas, las personas de la calle se paraban a mirar a aquel loco que se estaba dejando la voz por aquella chica que, tapándose la cara de vergüenza, bajaba la calle sin mirar atrás.

David cerró la ventana de tal golpe que quebró levemente el cristal. Segundos más tarde, empezaba a reír con amargura. No era él el que estaba loco, como pensaban las personas que le habían juzgado con la mirada y el pensamiento.

2

Dejar a David fue como quitarse un peso de encima; como si durante demasiado tiempo hubiese llevado una gran carga sobre los hombros que la iba aplastando poco a poco. Ahora se sentía libre, llena de energía, aunque todavía un poco resfriada. Aun con las toses, la nariz atascada y pañuelos de papel esparcidos por toda la casa, nadie fue capaz de impedir que Natalia fuera ese día a clase. Se abrigó bien, se enrolló su bufanda preferida alrededor del cuello y salió antes que nadie de la casa. Era consciente de que el tiempo era oro desde el momento en que había decidido cambiar su vida. Héctor llegaba a principios de marzo, y febrero ya avanzaba sin dar tregua. Tenía demasiadas cosas que hacer como para quedarse en la cama esperando a que se le pasara la tos.

Entró en la Universidad como un rayo y recorrió los pasillos que la llevaban a la cafetería. Sabía que allí encontraría a quien estaba buscando, y esta vez no se le escaparía. Desde la puerta echó un vistazo, y allí estaba Raquel, sentada en una esquina, tomándose un café a la vez que leía una revista.

«Perfecto. Así ni se dará cuenta de que me acerco.»

Rio ella sola al darse cuenta de que estaba actuando y pensando como una completa psicópata. Se quitó la bufanda, pensando en usarla de lazo si Raquel intentaba escapar, y avanzó con paso decidido hasta su mesa. La chica ni siquiera se dio cuenta de que tenía compañía hasta que Natalia colocó sus manos sobre la mesa. Fue entonces cuando Raquel dejó de leer para centrarse en su compañera de clase, que le brindaba una exagerada sonrisa que le dio escalofríos.

Buenos días, Raquel.

Raquel tragó saliva.

Buenos días. —Su voz sonó más aguda de lo normal—. Me alegra ver que estás mejor. Ya me habían dicho que te encontrabas mal.

Natalia tomó asiento y dejó sus cosas sobre la mesa sin preguntarle si su presencia la molestaba. Sabía que era así, y no le iba a dar una razón para cortar aquella conversación que tanto le interesaba.

Un poco de fiebre, pero ya estoy bien. Soy fuerte como una roca —bromeó.

Raquel forzó una sonrisa y bebió de su café. Natalia se preguntó cómo sería la forma más adecuada para abordar el tema. Barajó distintas posibilidades, pensó en distintas formas de llegar a ese punto en la conversación, y finalmente llegó a la conclusión de que ninguna manera era apropiada. El tiempo corría y ella lo estaba perdiendo.

Eres la ex de David, ¿verdad?

Raquel se atragantó con el café, dejó el vaso sobre la mesa y empezó a toser. Natalia le dio unos golpecitos en la espalda, y Raquel la miró con miedo.

Tranquila, no voy a matarte —le aseguró Natalia entre risas—. Lo siento, en otra ocasión hubiera tenido más tacto, pero se me va la hora y necesito hacerte algunas preguntas.

Raquel se limpió con ella servilleta y retiró un poco su silla de la mesa, aún desconfiada.

¿Qué preguntas?

Mira, la historia es muy larga y, como he dicho, no tengo tiempo. Pero necesito saber si realmente eres la ex de David y si una vez tuviste un lío con una amiga mía llamada América. Porque si es así, tendrás que contestarme algunas preguntas.

Raquel suspiró. No negó que fuera la ex de David; tampoco preguntó quién era esa tal América. Natalia sonrió. Sabía que había dado en el clavo. Raquel se lo tomó con calma, se terminó su café y después respondió todas sus preguntas. El reloj ya marcaba más de las nueve y diez, pero las chicas seguían charlando. La clase podía esperar.

En efecto, Raquel había estado saliendo con David y América, y tal y como suponía, América era tan mentirosa como ella había pensado. No habían sido paranoias suyas. Además, le dio las mismas razones con las que le había explicado en su supuesto «sueño» de por qué le había pedido a David que la dejara. Todo encajaba. Cada vez estaba más segura de que su sueño no era un sueño.

Gracias, Raquel. Necesitaba tener esta conversación contigo.

Raquel sonrió, esta vez con sinceridad.

De nada.

Natalia recogió sus cosas y fue hacia la puerta.

¡Ah, una cosa más! —le dijo, volviéndose hacia ella—. Ten cuidado con David. Te llamará pronto para que quedéis.

Raquel quedó perpleja ante aquella afirmación, pero no quiso entrar más en detalles; y tampoco hubiera podido, porque para cuando se quiso dar cuenta, Natalia corría escaleras arriba hacia la clase que ella por la hora había decidido saltarse.

3

Natalia y Carmen se presentaron en casa de Marina sobre las siete de la tarde. Habían estado llamándola al móvil durante horas, pero no lo cogía. Carmen le había contado a Natalia que su amiga llevaba una semana faltando a clases. La teoría más razonable sería que se encontraba enferma, pero Natalia no se lo creía. Sabía lo que estaba ocurriendo. Solo había una enferma en aquella historia, y no era Marina.

Llamaron un par de veces a la puerta, y finalmente abrió una señora de rostro amable y figura regordeta.

Hola —dijo Natalia—. Venimos a ver cómo se encuentra Marina. Sabemos que no se siente bien.

La madre de Marina las dejó pasar sin ningún reparo, y las condujo hasta la habitación de su amiga. La casa era enorme, y aunque habían estado allí más veces, no podían dejar de sorprenderse. Era una casa antigua comprada a precio de ganga y reformada, con tres salones, tres cuartos de baños, cinco habitaciones, cocina e incluso terraza. Llegaron al cuarto de Marina a través de un largo pasillo y la madre abrió la puerta con sigilo.

Despertadla —les pidió la señora con cierta preocupación en la cara, antes de marcharse a atender sus labores—. Ha estado durmiendo casi todo el día.

Natalia y Carmen entraron en la oscura habitación que, pensó Natalia, podía ser tres veces el tamaño de la suya. Dejaron sus cosas en el sofá que se encontraba al lado de la cama y se sentaron en el filo de esta última, al lado del gran bulto que se tapaba con un edredón de colores. A su lado, dormía una gata atigrada que en cuanto las vio, saltó de la cama y salió corriendo de la habitación.

Marina —la llamó Carmen, dándole unos golpecitos en el brazo.

La joven reaccionó al sonido de la voz, e intentó distinguir aquellas siluetas que no correspondían ni a su madre ni a su hermana.

Con un pequeño movimiento, apretó un interruptor que tenía en el cabecero de la cama y se encendió una pequeña lámpara. Realmente tenía mala cara, pero Natalia seguía sin creerse que estuviera enferma.

Hola —dijo, con una sonrisa—. ¿Qué hacéis vosotras aquí? —preguntó, incorporándose.

Venimos a ver cómo estás, que hace una semana que no apareces por clase —explicó Carmen.

Sí, es que no me encontraba bien.

¿Tienes fiebre?

No, no creo —dijo, tocándose la frente—. Estaba cansada y me dolía la cabeza.

Tu madre parecía preocupada —comentó Natalia.

Se preocupa demasiado.

Yo también lo estaría si mi hija no se levanta de la cama a causa de una depresión.

Marina levantó la mirada y la fijó en Natalia, sorprendida y confundida a la vez.

¿Qué?

Sé lo que está pasando —le confesó—. No estás metida en cama porque estés enferma, sino porque estás deprimida.

Marina abrió la boca para hablar, pero solo pronunció un nombre antes que los ojos se le llenaran de lágrimas.

América…

América miente —aseguró Natalia sin duda en la voz.

¿Cómo? —preguntó la chica, secándose las lágrimas—. ¿Que miente?

Yo me creo cualquier cosa de esa —intervino Carmen, que aunque no sabía con certeza si las hipótesis de Natalia eran ciertas, confiaba en que la maldad de América no tuviera límites. Marina sacó un pañuelo de su bolsillo y se sonó la nariz.

Te ha dicho que está enferma, ¿verdad? Que tiene cáncer de laringe y que le están dando quimioterapia. Te ha pedido que te cortes el pelo con ella porque se le va a caer. Que no sabe cuánto tiempo le queda, ¿no es así?

A medida que Natalia iba pronunciando cada una de aquellas palabras, la expresión de Marina fue cambiando drásticamente. Ya no lloraba, solo miraba a Natalia sin parpadear y mortalmente seria.

¿Cómo sabes tú eso?

Natalia sonrió. Había llegado la hora de dejar de ser una tonta.

Lo que importa no es cómo lo sé; sino que todo eso y muchas cosas más que han salido de su boca son mentiras.

4

América apareció puntual en la puerta, tal y como había previsto. En cuanto su madre había salido de casa como cada sábado por la tarde, se había lanzado hacia el teléfono y había marcado ese número que esperaba no tener que teclear nunca más. Dos tonos de llamada, y había respondido un señor. Una vez que le había pasado la llamada a su hija, solo había tenido que cambiar el tono de voz. Miró hacia el pasillo. La puerta abierta. Ya estaba todo preparado. Se miró al espejo y puso la expresión más triste de la que fue capaz. Cuando abrió la puerta, le dio la impresión de que América le seguía el juego y actuaba a hacer el papel de amiga preocupada.

¿Qué ocurre? —le preguntó, abrazándola con fuerza.

Pasa, pasa —le pidió Natalia—. Siéntate.

América no entendía nada, pero entró en el salón con apremio y tomó asiento en el sofá, dejando libre el sitio de Natalia. Sentía curiosidad por saber qué es lo que le había pasado y por qué no había llamado a Carmen —su mejor amiga— en vez de a ella.

Se fijó en que Natalia no perdió el tiempo cerrando la puerta del pasillo, como siempre hacía, para que Pantera no entrara en las habitaciones. Debía ser algo serio. La chica de rizos castaños agarró la mano de su amiga en un gesto desesperado.

¿Por qué no me lo contaste?

América permaneció seria, confundida.

¿El qué?

Marina me ha dicho que tienes cáncer de laringe —confesó, forzando algunas lágrimas.

Natalia agachó la cabeza, fingiendo secarse las lágrimas con el dorso de la mano. La expresión de América casi había provocado en ella un ataque de risa. Pero debía controlarse si no quería echar el plan a perder. Cogió aire y lo expulsó lentamente, como si la angustia no la dejara respirar; pero realmente estaba cogiendo fuerzas para no estallar en carcajadas.

¿Qué? —exclamó América—. ¡No, no! Marina está exagerando. Le dije que me estaban haciendo unas pruebas para ver si tenía cáncer, pero que no era seguro. De hecho, ya me han dado los resultados y no tengo nada —improvisó.

¿Ah, sí? —preguntó ella con gesto inocente. Se llevó una mano al corazón y respiró profundamente, aliviada—. Pero si me dijo que te estaban dando quimioterapia y todo… Que estaba dispuesta a cortarse el pelo para que te sintieras mejor.

¡Hala! ¡Quimioterapia! —empezó a reír, con nerviosismo—. ¡Qué tonterías! ¿Acaso me ves mala cara o que se me esté cayendo el pelo?

Natalia la miró de arriba abajo con una mano en la barbilla, cambiando la expresión de su cara.

No, la verdad es que pareces muy sana.

¡Porque estoy sanísima! No sé por qué te habrá mentido, en serio.

Natalia sonrió y dejó que su amiga riera durante un buen rato, como si le hubieran contado un chiste. Examinó su expresión. Era obvio que estaba nerviosa e intentando salir del lío en el que se había metido con más mentiras.

Hablando de eso… Nunca tuve valor para preguntarte, pero… ¿qué pasó con tu leucemia?

América siguió riendo como si no hubiera escuchado nada, pero su expresión se deformó levemente. Lo suficiente para que Natalia supiera que había dado en el clavo.

¿Mi qué?

Tu leucemia —repitió—. La que nos dijiste que tenías en Bachillerato.

La joven no perdió la sonrisa en ningún momento. No se había puesto seria al mencionar su supuesta enfermedad. Cuando alguien menciona algo doloroso de tu pasado, algo se remueve en tu interior, y tu sonrisa se pierde al menos por unos segundos. Natalia lo sabía, y por ello estaba segura de que la había pillado con las manos en la masa.

¡Ah, sí! Fue un error, ¿sabes? Un fallo médico. Finalmente me dijeron que no tenía nada.

Natalia se cruzó de brazos y frunció el ceño.

Y ¿por qué no nos lo dijiste? Lo pasé muy mal por eso.

Su tono era de reproche. América se relajó, pensando que Natalia se lo había tragado. Ahora solo tenía que dejar que sus mentiras fluyeran hasta que todo volviese a la normalidad.

Lo siento, se me olvidaría… —Lo pensó mejor—. O puede que me diera vergüenza deciros que no tenía nada, después de haberos hecho pasar por eso.

«Se le olvidó», pensó Natalia. «Algo tan importante no se olvida. Menuda víbora…»

Pantera subió al sofá y se acurrucó en la falda de América, lo que le dio la excusa perfecta para cambiar de tema. La chica acarició al animal mientras este ronroneaba, a gusto. Comentó lo suave de su pelaje y la belleza de sus ojos verdes. Pantera fijó su mirada en el pasillo. Tenía obsesión por entrar a las habitaciones cada vez que la puerta se encontraba abierta, y esta vez parecía que su dueña le daba permiso de darse un paseo por ese lugar recóndito de la casa que rara vez pisaba. Natalia vio con fastidio cómo su gata se levantaba y caminaba con parsimonia hacia el pasillo. Era su afán aventurero, su curiosidad felina la que la empujaba a colarse en cada rincón de esa pequeña casa. Saltó desde el sofá y se coló por la puerta abierta.

Es monísima —comentó América.

Y muy pesada también.

Pantera comenzó a maullar, y Natalia tragó saliva.

¿Por qué maúlla?

Habrá visto algún bicho —le restó importancia su dueña—. Oye, y hablando de Marina… ¿Sigue igual que siempre? Me contaste que estaba insoportable.

No hay quien la aguante —masculló como si le diera verdadera rabia—. Parece que quiera hacerme sentir mal por sacar mejores notas que yo.

Qué cosa tan rara…

Desde que se junta más con Rocío, es como si estuviera en mi contra. ¡A saber las cosas que le habrá contado de mí!

¿Rocío? —Natalia miró hacia el pasillo, disimuladamente—. ¿Por qué Rocío tendría que contarle cosas malas sobre ti?

¡Ah, es verdad, no te lo he contado! —exclamó—. Pues, resulta que Rocío está detrás de mí.

¿Cómo detrás de ti? ¿Que le gustas? —preguntó Natalia, abriendo los ojos como platos y llevándose una mano a la boca.

¡Sí! No para de molestarme desde que se enteró de que soy bisexual, y le he dicho que se olvide de mí. Que no voy a dejar a Francis por ella, ¿entiendes?

¡Madre mía…!

Y ahora no sé qué cosas le habrá metido a Marina en la cabeza, pero el otro día Marina me dijo que estaba enfadada conmigo porque le estaba haciendo daño a su amiga. ¡Pero si es culpa de ella!

Natalia empezó a reír, y América, desconcertada, no supo si reír con ella o permanecer seria ante el asunto sobre el que estaba tratando.

Por lo que parece, estamos rodeadas de víboras, eh… Ya no te puedes fiar ni de tu propia sombra.

¡De nadie! —puntualizó América, pero enseguida relajó el tono y le echó los brazos a Natalia para que la abrazara con una falsa dulzura en la voz—. Bueno, menos de ti.

Natalia sonrió de nuevo.

Ni de tu propia sombra —repitió de nuevo la joven.

América se apartó de ella. En su rostro volvía a reinar la confusión. Oyó unos pasos en el pasillo. ¿Estaba la madre de Natalia en casa? Se dio la vuelta, y vio salir del pasillo a su peor pesadilla. Rocío, Marina y Carmen salían tranquilamente y se colocaban delante del sofá. América, con la piel pálida como la nieve, pasó la mirada por cada una de sus caras. Carmen parecía indiferente, como si ya se esperara todas sus patrañas; la forma en que Marina la mirada, sujetando entre sus brazos a Pantera, le recordaba a un capo de la mafia a punto de fijar su sentencia de muerte; y Rocío lloraba. No intentaba ocultar su tristeza, y tampoco su indignación. Por último, estaba Natalia, en cuyos ojos solo había asco. La chica se levantó y se unió al grupo, dejando a la acusada sola en el sofá, y sin amigas desde ese momento.

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